domingo

REDES SOCIALES: MI BURBUJA Y YO


Hace un mes recibí una propuesta extraña. Tengo un amigo que viaja mucho, su hijo siempre le acompaña y sigue las clases por internet. El curso online, se llama. Pero en esta ocasión visitaría una remota zona de África y no le podía llevar consigo por un problema de vacunación. Me pidió que me hiciera cargo de él, total: solo iba a ser un mes… Acepté. A fin de cuentas, es mi mejor amigo.
El chaval se instaló en mi casa, se encerró en su cuarto y se puso a navegar. Durante horas no le vi el pelo. Durante días no cambiamos más de diez palabras. Al cabo de una semana descubrí que chateaba por los codos con miles de amigos, tenía una personalidad impostada en internet, estaba adscrito a Facebook, Twitter, Tuenti y Myspace, creaba vídeos que subía a YouTube, manejaba su propio blog y gestionaba tres cuentas de correo simultáneamente. Los ojos se me salían de las órbitas.
–¿Y los estudios? –me refugié en el recurso más inmediato.
–Ya hice los deberes –me contestó, minimizando ventanas y mostrándome una pantalla donde efectivamente aparecía el OK de su tutor online. Cuando me repuse, organicé mis ideas y ataqué desde otro flanco, intentando comprender.
–¿Cómo empezó todo esto? ­–quise remontarme a los orígenes.
–Tú sabrás, yo aún estoy en Secundaria.
–No me refiero a la historia de las redes sociales, sino a la tuya. ¿Es que no sabes comunicarte en directo?
–Con quién.
Touché. Vale, entonces hablemos de historia.
Primero fueron los contactos a través de la prensa escrita, en cuyos anuncios se incluían desde citas amorosas clandestinas hasta mensajes cifrados de espías.
Luego llegó el teléfono, algo más personal, pero que pronto derivó en una vertiente social con servicios que van desde el Teléfono de la Esperanza hasta el teléfono erótico.
A continuación nos dejamos enamorar por el mail, que facilita reenviar mil chorradas a toda nuestra lista de contactos con solo hacer un clic.
El móvil y los SMS nos permiten estar siempre localizados, aunque no tengamos nada que decir.
Y ahora entramos en la era de las redes sociales, donde la intimidad ya no existe porque nosotros mismos la ponemos sobre la mesa a la vista de todos nuestros “amigos”, en lugar de encerrarla con llave bajo las tapas de un diario. Aireamos experiencias (que también competen a otros), fotografías, fantasías y opiniones a nivel local, nacional y transoceánico con gente que jamás conoceremos de verdad, pero con la que curiosamente nos sentimos mucho más unidos que con nuestros compañeros de alojamiento, colegio, trabajo, o incluso la propia familia.
–¿No te parece curioso? –intenté hacerle reflexionar.
Me contempló muy serio y creí que se lo estaba pensando.
–Te he creado una cuenta en Meetic –me respondió en cambio.
–¿Y eso qué es?
–Un canal para ligar. 
Sin comentarios. Reconozco que me faltaron las palabras. Pero afortunadamente algo hizo clic en mi interior.
–¿Por qué no me enseñas cómo funciona? –dije acercando una silla y sentándome a su lado.
–¿El Meetic?
–El Meetic… y todo lo demás.
Necesitaba comprenderlo, y lo intenté en serio, pero la avalancha de información me desbordó por completo.
–Lo mejor será usar ejemplos prácticos –me dijo–. Te crearemos un par de blogs especializados. Por ejemplo: uno de libros y otro de viajes. Esas son las cosas que más te gustan, ¿no?
–¿Y quién va a querer entrar en ellos?
–Tus amigos. Te tienes que publicitar.
–A mis amigos se lo cuento directamente cuando los veo.
–Entonces te presto los míos. Añadiré tu link para que pinchen desde mi propio blog…
Se le veía voluntad, aunque su dedicación me parecía un tanto enfermiza. Aun así, asumí humildemente el papel de alumno y me apliqué en su universo particular. Así pasaron los días, y las semanas. Mi despacho se trasladó a su cuarto y montamos una especie de campamento improvisado. El resto de la casa no hacía falta. 

Hoy he recibido un mensaje. Su padre regresa mañana. 
Se lo hago saber por el Twitter, aunque le tengo a mi espalda y le siento respirar frente a su propia pantalla. Me contesta con un emoticono.
Ansioso por llenar de contenidos mis páginas, creo artículos como un poseso que, si pasan su filtro, me los sube al Menéame como recompensa. Si tenemos hambre, llamamos al Telepizza. Ayer hice la compra por internet. Consulté el saldo de mi cuenta y pagué las facturas pendientes. En Facebook crece mi lista de amigos, y participo en un foro de novela policiaca. Estoy tan ocupado que necesito una agenda para organizar mis eventos y no olvidarme de nada.
Cuando suena el timbre me llevo un sobresalto.
–La pizza –dice el chaval.
Se equivoca. Es el vecino de al lado. Viene a pedirme limones y sal. Le miro como si hablara en chino. ¿No sabe que existe la red? De repente, me resulta áspero tanto contacto personal. 

4 comentarios:

  1. Plas, plas, plas, excelente, muy bueno saludos
    M.

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  2. estamos de acuerdo, nos encontramos en un nuevo mundo al que hemos entrado casi sin darnos cuenta

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  3. Estamos empezando a experimentar con la tecnología. Las relaciones humanas cambiarán a corto plazo. Interesante post, muy sarcástico.

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  4. siento unas ganitas de cerrar mi blog... ufa!!!

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