Si alguien tenía dudas sobre el desmesurado progreso brasileño y sus consecuencias, aquí tiene un ejemplo que significa el fin de un mundo ancestral y el comienzo del desarrollismo más bestial.
En la imagen podemos ver al jefe Raoni que no pudo aguantar las lágrimas cuando se enteró de que la presidenta brasileña Dilma Rousseff ha autorizado el inicio de la construcción de la polémica central hidroeléctrica de Belo Monte.
De nada han servido las miles de cartas y correos electrónicos dirigidos a la nueva presidenta, tampoco el más de medio millón de firmas que le pedían abandonar el proyecto.
¿Qué supone esta decisión empresarial?
Sin duda la muerte de los pueblos indígenas del río Xingu y de un bosque tropical lluvioso único en nuestro planeta.
El monstruoso proyecto se convertirá en la tercera presa más grande del mundo. Inundará 400.000 hectáreas de selva amazónica, expulsará del territorio a 40.000 personas y destruirá ecosistemas naturales extremadamente valiosos para la biodiversidad.
¿Qué se conseguirá con ello?
Se producirá electricidad para el despegue económico del Brasil; pero se podía haber apostado por alternativas como mejorar la eficiencia energética del país u otras prácticas sostenibles. Además del destrozo humano y medioambiental, su construcción duplicará la población regional que llegará en busca de trabajo, provocando aún más presión sobre la tierra y los bosques circundantes.
Recordemos que Dilma Rousseff es la delfín de Lula, algo tendrá él que ver con todo ello; pero al fin y al cabo a quién importan las lágrimas de un jefe indígena.
Destruyamos el mundo y que las multinacionales vendan las entradas para el fantasmagórico espectáculo.
¿Por qué no acabamos con todos los bosques y vivimos en grande centros comerciales con aire acondicionado? Es una vergüenza.
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