ESPAÑA: UN PAÍS DE RUIDOS

Cuando alguien se traslada a vivir a una casa, lo último que descubre es la cantidad de ruido que le acosa. No sólo los vecinos, las persianas chirriantes o los miles de automóviles te destrozan los nervios, también están las fiestas populares que te rodean: siempre hay algo que celebrar en la calle.

Lo que nunca te encontrarás es un policía o municipal provisto de un aparato que mide la intensidad del sonido. Los ciudadanos no tenemos derecho a descansar, ¡que va! Nosotros sólo pagamos impuestos y a callar la boca; al fin y al cabo, las autoridades policiales están para lo que están: para gastar gasolina o calentar las sillas en las comisarías.

Ni los políticos ni la policía están para proteger a los ciudadanos que sufrimos las agresiones de un vecino bárbaro que está empeñado en que oigas a todo volumen sus gustos musicales o que los hijos de otro vecino te recuerden que la educación es cosa de abuelitas franquistas. Los extranjeros que vienen a pasar unos días a España saben que aquí se puede hacer de todo: chillar, mear en la calle, crear altercados con cualquiera y todo ellos borrachos o drogados hasta el extremo de perder el juicio. Los “guiris” saben muy bien que España es un país de fiesta, y que los ciudadanos no tenemos derechos de los que tirar para hacerles callar sus patochadas.

Tenemos perdidas tantas batallas en España que mejor sería la refundación. Es grave que los derechos de la gente corriente pasen desapercibidos, aunque ello te cueste vender tu vivienda y engañar al siguiente comprador: ¡que Dios le pille confesado!

Es triste que los españoles no valoren el silencio, el canto de los pájaros o una música escuchada por los auriculares… ellos se lo pierden y eso se manifiesta en la crispación que vive el país.