sábado
CONTRA TODO PRONOSTICO, TODAVÍA EXISTEN PUEBLOS INDÍGENAS EN NUESTRO PLANETA
Aunque los gobiernos se empeñen en masacrarlos, aunque las empresas madereras talen sus bosques, aunque las empresas mineras destrocen sus tierras ancestrales, aunque las petroleras maten a sus miembros y contaminen su medio ambiente, aunque las farmacéuticas esquilmen su farmacopea ancestral, aunque algunas cadenas de televisión les utilicen para ridiculizarlos, aunque a la mayoría de los habitantes del mundo no les importen... todavía sobreviven grupos indígenas en remotos lugares de nuestra geografía.
¿Quieres hacer algo por ellos? Únete a las campañas que organizaciones en defensa de los pueblos indígenas. Mañana será demasiado tarde.
Ellos representan la memoria de cuando los seres humanos vivíamos en armonía con el entorno.
viernes
LA DIGNIDAD HECHA HOMBRE SE TOPÓ POR ÚLTIMA VEZ CON LOS OPORTUNISTAS
El fallecimiento de Marcelino Camacho ha estimulado la presencia de provocadores al amparo de su féretro. Su esposa Josefina ha tenido que recibir a personas y personajes que nada tienen que ver con las características de un luchador por los derechos humanos como Marcelino; sus referentes son otros muy distintos.
No me refiero a sus contrincantes ideológicos, ni a los que tenían que presentar sus respetos por pura educación o por razón de su cargo. Me refiero a aquellos que se las dan de haber compartido sus mismas ideas, pero que no mantuvieron ni la honestidad, ni la dignidad, ni la honradez más que lo necesario, en apariencia, para subirse al carro de la buena vida.
Describo a políticos, sindicalistas y personajes populares que si hubiesen tenido algo de dignidad no hubiesen montado ese pequeño teatro en el escenario que compartían junto a su viuda y su cuerpo presente. Esas ojeras sin maquillaje que las cubra, ese aire progre que todavía engaña a algunos, esa desfachatez en todos ellos.
Allí sólo tenían que haber entrado los que querían homenajear al hombre íntegro, y no a la figura histórica. Sólo tenían que estar presentes los que no ocupan la poltrona, ni disfrutan de privilegios, ni los que hacen de la política y el sindicalismo un trampolín para llegar a convertirse en aquellos a los que se presupone que se enfrentan.
También han pasado por delante del catafalco Marcelinos y Marcelinas para ofrecerle sus últimas palabras de agradecimiento y respeto como correligionarios en la honestidad, honradez y dignidad. Han desfilado aquellos que después regresarán a sus pisitos de los Carabancheles o las Useras en metro o en autobús.
A los demás, a los farsantes de la falsa progresía les aguardaban los privilegios de una democracia que premia a los tránsfugas, los deshonestos y los que se esconden tras palabras de humo. A esos sí les aguardaba el chofer en el coche oficial, el duplex con servidumbre o la cena en un restaurante de la guía Michelín. Pero en los lugares que suelen frecuentar, allí no encontrarán otro Marcelino, si no más oportunistas como ellos.
jueves
NO ESTABAN DE CARNAVALES, SE MANIFESTABAN
Esta fotografía publicada en El país me ha conmocionado hasta extremos insospechados. Algo importante se mueve en la sociedad israelí. El pie de foto reza: Judíos propalestinos, contra una marcha ultraderechista.
Me encanta que los tópicos se desplomen a la velocidad que los creamos, pues las trivialidades aplicadas a los seres humanos son falsas si se pretende generalizarlas. Sin duda estos judíos ortodoxos rompen los esquemas de cualquiera que siga el conflicto palestino-israelí o que la propia política de Israel tiene de ese colectivo. Estos dos activistas por la paz no sólo se juegan la vida saliendo a la calle mientras portan banderas palestinas y un cartel en contra del sionismo rampante que ejerce su gobierno, sino que serán señalados en sus cerrados entornos como traidores. A ellos no parece importarles.
¿Tendríamos nosotros semejante valentía?
Sin duda un documento gráfico para recordar.
miércoles
HAITÍ: SOLO NOS ACORDAMOS CUANDO HAY TRAGEDIA
El Gobierno haitiano intenta que la epidemia de cólera no llegue a los campos de refugiados, donde conviven más de 1,3 millones de personas damnificadas por el terremoto. Entretanto, la única medida al alcance de la mayoría es lavarse las manos con geles desinfectantes para evitar la propagación de la bacteria.
El saldo a día de hoy viene a ser de 300 muertos, casi 4.000 afectados, y la epidemia aún no ha alcanzado su pico.
República Dominicana ha cerrado la frontera, Médicos sin Fronteras actúan en el lugar de donde surgió la epidemia, UNICEF y otras ONG distribuyen distintos tipos de ayuda.
Pero hace 10 meses que más de un millón de personas malviven en un campo de refugiados.
Visto así, tal vez cabría preguntarse si el cólera es su aliado, y no su enemigo, para conseguir que volvamos a acordarnos de ellos. Porque hay pueblos que solo tienen espacio en las noticias cuando les ataca la tragedia.
martes
MOROSOS A SU PESAR
¿QUIÉN PAGA LOS PLATOS ROTOS DE LA CRISIS?
¡A comprar que le financiamos todo lo que desee!
Este fue el lema que señoreó nuestra sociedad durante los primeros años del siglo XXI; hasta que llegó la crisis. Las entidades bancarias, el gobierno de la nación, los promotores inmobiliarios, los concesionarios de coches… cada uno de los ofertantes de la economía de mercado animaron a los ciudadanos de a pie para que consumiéramos sin límite; endeudarse estaba de moda. Y el mismo camino llevaron las distintas administraciones públicas: central, autonómica, provincial y municipal.
El resultado de este banquete consumista lo empezó sufriendo nuestro paisaje: cientos de miles de edificios de viviendas y casitas tachonan espacios naturales que antes disfrutaba el conejo, la perdiz o el erizo. Pero el cemento y el ladrillo también trajeron consigo carreteras, urbanizaciones, polígonos industriales y jardines decorados con césped, que ahora amarillea como los descoloridos carteles de “se vende” colgados en los balcones.
Según los expertos en economía, España lidera la lista de países más endeudados del mundo. Si sumamos la deuda del Estado y la particular, las cifras resultan mareantes. Pero independientemente de los cientos de miles de millones de euros que debamos, detrás de esas frías cifras siempre hay personas con nombres y apellidos. Detrás de las estadísticas de la ruina siempre hay gente que sufre y las pasa canutas. A estas personas están dedicadas estas palabras.
- A la pareja que dejó de pagar el préstamo hipotecario porque uno de los dos o los dos se quedaron sin trabajo. En Estados Unidos entregas la casa y se acabó tu deuda con el banco. En España la deuda es contra el individuo, no sobre la vivienda.
- A esa familia de emigrantes que pidió un crédito para montar un pequeño comercio y la retracción del consumo hizo que las estanterías siguiesen llenas y no les cuadraran las cuentas a fin de mes.
- A ese autónomo que compró otro camión más grande para transportar ladrillos a las miles de obras que levantaban inmuebles en cualquier lugar.
- A esos que engrosan las devastadoras listas de morosos y son los que están pagando los platos rotos de la crisis.
Para ellos no hay inyección de liquidez como para los bancos. No hay plan “renove” como para los fabricantes de coches. No hay subvenciones como a la industria del cine. Para el ciudadano corriente no existe más que el desahucio, el embargo y el despido. Para el ciudadano normal solo hay un mensaje: si no pagas ¡apáñatelas! Que te acoja tu familia, que te dé de comer Cáritas, que vegetes depresivo donde puedas.
Mientras este drama continúa, algunos ciudadanos nos preguntamos:
- ¿Qué pasa con los políticos y los curas que gestionaban las cajas quebradas? ¿A ellos nadie les despide por haberlo hecho mal?
- ¿Les han embargado sus nóminas, sus cuentas, sus propiedades?
- ¿Qué pasa con las quiebras multimillonarias de las grandes constructoras y promotoras inmobiliarias?
- ¿Ha pagado alguno de ellos un solo euro de su patrimonio por crear semejantes agujeros?
Me temo que esos gestores, empresarios, sacerdotes o economistas seguirán comiendo en las vajillas de los más caros restaurantes. Seguro que con sus contactos habrán encontrado otro puesto donde puedan seguir despilfarrando dinero público, de los impositores o de clientes que tuvieron la mala suerte de comprarse un pisito en sus promociones. Pero estos ya llevan tiempo comiendo sus miserias sobre platos rotos, platos que han pagado con sufrimiento y ruina.
De estas personas deberían hablar los medios de comunicación.
domingo
MUJERES ISRAELÍES SIEMBRAN AMISTAD EN LOS TERRITORIOS OCUPADOS
Un pequeño gesto corre como la pólvora y se convierte en noticia en unos territorios dominados por el dolor y la destrucción. Algunas mujeres israelíes desafían a sus autoridades con gestos de amistad hacia las mujeres palestinas que viven en los Territorios Ocupados donde la vida no es, ni mucho menos, tan atractiva y colorista como en la parte israelí. Estas pocas mujeres tan sólo quieren aportar un toque de ilusión a las vidas de sus “peligrosas enemigas”, como las considera su propio gobierno. Con un arrojo digno de admiración, traspasan lo puestos fronterizos en busca de ciudadanas palestinas, las acicalan con ropas occidentales, las maquillan y retiran sus pañuelos por unas horas. El motivo es doble: por un lado proporcionan a estas mujeres un día distinto en sus agrisadas vidas, mostrándoles la ciudad de Tel Aviv y sus alrededores casi como un paseo turístico; por otro, burlan los férreos controles de los puestos fronterizos, custodiados por verdaderos expertos en cuestiones de seguridad.
Así logran que por unas horas las palestinas gocen de hermosas calles adornadas con jardines y árboles, mientras sus congéneres se lanzan a la desobediencia civil. Unas ven por primera vez el mar y disfrutan de espacios abiertos lejos de los claustrofóbicos núcleos palestinos, las otras se juegan dos años de cárcel por desobedecer las leyes del Estado de Israel. ¿Les merece la pena este empeño a cambio de pasarse entre rejas cuarenta y ocho meses? Evidentemente sí.
Mientras unas sonríen y se toman fotografías olvidando por unas horas estar en el punto de mira de los fusiles de los soldados israelíes, las otras se alegran de proporcionar un paréntesis soñador a mujeres que durante generaciones se han visto privadas de él.
Este pequeño gesto anónimo sirve también para romper los tópicos de unos ciudadanos que aunque sintiéndose parte del Estado de Israel, plantan cara a una política expansionista y destructiva. Ejemplos en esta línea surgen de la mano de celebridades como Daniel Barenboim, que creó junto con el palestino Edward Said la West Eastern Divan, donde tocan músicos de ambas nacionalidades y creencias. Aunque también los encontramos en los testimonios de soldados israelitas en la organización B`Tselem donde se denuncia la ausencia de derechos humanos en los Territorios Ocupados y la impunidad de los soldados de Israel.
Puede que la acción que llevan a cabo estas mujeres no cambie inmediatamente el panorama del conflicto; pero aportarán a sus entornos familiares la dicha de exclamar con orgullo que ambos grupos tienen buenas amigas al otro lado de la frontera.
viernes
DINERO VIRTUAL PARA TAPAR EL AGUJERO
Según un rumor extendido, los bancos carecen de liquidez. Es decir, que si todos los clientes quisieran retirar sus ahorros, las entidades sólo podrían facilitar una mínima cantidad a los primeros que se acercasen a sus ventanillas: ni todo el efectivo ni a todos los clientes.
Aterrador, pero cierto.
¿Pero a qué se debe esto? El tema es que el dinero que figura en nuestras cuentas es tan sólo virtual. A nivel real, físicamente, no existe.
Tal vez por ello muchos economistas vaticinan un futuro cercano dominado por el dinero electrónico exclusivamente, lo que haría más fácil controlarlo en su totalidad y de manera efectiva. No es de extrañar: de momento, los famosos billetes de quinientos están en manos de las mafias, de los que mueven el dinero negro o de esos pocos que siguen operando a la antigua y en lugar de billetero llevan un fajo liado con gomas.
Pese a usuarios tan prosaicos, la economía es una ciencia, y como tal alcanza matices metafísicos. A saber: abstracto, elevado y difícil de comprender. Escudándose en ello, se permiten licencias como:
1. Los grandes expertos no supieron predecir esta última crisis en la que todavía nos encontramos. Sorprendente, teniendo en cuenta que son los que más saben del asunto.
2. Las previsiones económicas realizadas por los grandes centros de estudios y análisis suelen fallar más que una escopeta de feria. Y son especialistas.
3. Las pérdidas de los bancos y cajas españolas se van volatilizando sin que nadie se responsabilice de la fuga del dinero que luego todos tendremos que apoquinar. O sea: quedan libres de culpa y responsabilidad.
4. Los productos de inversión en los que se fundamentan las carteras de nuestros planes de jubilación, entre otros, no se sabe de qué constan, dónde se comercializan o quién los maneja. O al menos, el cliente lo desconoce por completo, y eso que es a quien más interesa saberlo.
5. Las contabilidades creativas de las cuentas de resultados crean un espejismo de la realidad. El precio de la vivienda no baja lo que debería, ya que los bancos y cajas no saca al mercado su stock de inmuebles con las tasaciones actualizadas. ¿Por qué las empresas tasadoras y los tasadores judiciales valoran los pisos al precio que regían antes del estallido de la burbuja inmobiliaria?
6. ¿Por qué Mario Conde es el único banquero que pagó con la cárcel sus supuestos desmanes? ¿Por qué no hay más gestores de cajas en el trullo?
7. ¿Terminaremos sufriendo en España un “corralito” como el que tuvieron los argentinos años atrás?
8. ¿Las palabras de nuestros políticos sirven para tranquilizarnos? ¿Nos explican adecuadamente la situación en la que nos encontramos?
A la luz de estas evidencias tal vez cabría preocuparse. Sin embargo, es lo último que nos permitirán hacer, ya que nadie nos contará la verdad de lo que se oculta tras la economía nacional y todo serán palabras tranquilizadoras cuando intentemos sondear en el tema. Jamás sabremos si nuestros ahorros están seguros en unas entidades opacas y tremendamente poderosas. Tendremos que dar por sentado que sí, aunque sea sólo para poder conciliar el sueño. Entretanto, ¿quién cuida de nuestras cuentas… virtuales?
miércoles
GRANDES EMPRESAS QUE MALTRATAN A SUS CLIENTES
¿Te has enfrentado alguna vez a una gran empresa? Esta misma pregunta me la planteaba uno de mis personajes de la novela Por aquí pasó el taxidermista, y le respondí que claro que sí. A quién no le han facturado de más en el teléfono fijo o móvil, quién no ha intentado cambiar de compañía en su conexión a Internet, quién no ha solicitado sus derechos por vuelos cancelados, overbooking o el extravío de una maleta. Quién no ha reclamado ante una agencia por recibir servicios por debajo de lo publicitado en sus vacaciones.
Creo que todos hemos padecido en mayor o menor medida la tortuosa senda de las reclamaciones. Aunque los resultados se asemejen entre sí, sea cual sea el sector al que nos enfrentemos, siempre nos hemos sentido impotentes, ninguneados, frustrados, y en la mayoría de los casos hemos tirado la toalla por mero aburrimiento.
Pues bien, mi personaje me dice que nada de eso es ni remotamente comparable con la tarea de enfrentarse a una promotora o a una constructora.
—¡Eso son palabras mayores! Estas empresas tienen una legión de abogados dispuestos a devorarte porque la legislación es, como en casi todos los campos, un pantanal donde los litigios pueden durar años. Poca gente se atreve a enfrentarse a ellos.
Después de pensarlo un momento, decidí acudir a la red, revisar la programación televisiva y acudir a varias promociones inmobiliarias en las que se veían pancartas reivindicando solución a sus problemas con estas empresas. La conclusión fue demoledora: nadie defiende los intereses de los compradores de viviendas. Muchos de los afectados se preguntaban dónde estaban las administraciones, a saber: municipales, provinciales, autonómicas, nacionales y europeas. Cientos de miles de funcionarios cobrando sueldos para al final no detectar los fraudes que sufrimos los ciudadanos.
La vivienda es la compra más importante de nuestra vida.
—Uno se compra una camisa de 30€ y si al llegar a casa no te gusta, por los motivos que sea, uno va y la devuelve —comentaba mi personaje—. Pero una vivienda se compra en muchos casos antes de ser construida, sobre plano y abusando de la ingenuidad del comprador. Es como si llegásemos a esa misma tienda donde nos compramos la camisa y el dependiente nos enseñara el patrón de la prenda y un trozo de tela con la que será confeccionada. Sería de locos. ¿Cuál sería el resultado final? ¿Quién la confeccionaría?...
Pues eso hacemos en todos los casos cuando compramos una vivienda. Como mucho la vemos un par de veces durante unos minutos, y elegimos llevados por una prisa desmesurada. ¿Comprobamos los acabados, las calidades, los ruidos, la habitabilidad? Que va, nos llevan corriendo al notario, al banco y a firmar. Después, apáñesela usted si tiene problemas.
Ninguno de los ejecutivos, gerentes, presidentes o directivos de esas empresas que nos construyen nuestras casas viviría en una de ellas. Jamás.
Nos venden sucedáneo a precio de artículo de lujo.
¿Te has enfrentado alguna vez a una gran empresa?
Los cadáveres que esos enfrentamientos dejan por el camino podrás encontrarlos en la novela Por aquí pasó el taxidermista.
lunes
"POR AQUÍ PASÓ EL TAXIDERMISTA" Capítulo 2
La próxima novela de Río Asta, que en breve será publicada. Adelantamos el segundo capítulo:
"Por aquí pasó el taxidermista"
Capítulo 2
Tres tipos de personas
“Y tras la ruina, qué”.
Ése era el tema de la semana propuesto en mi blog periodístico: Debajo de la alfombra. El periodista era yo, Andrea Berlián. Y mi objetivo, poner el punto de mira en la gente corriente y sus historias silenciadas para dotarlas de protagonismo social; conocer las causas de cada tragedia anónima que mis lectores me remitieran, y más concretamente, a los responsables directos de ellas. Aunque debía reconocer que no esperaba un testimonio tan impactante como el que tenía ante mí: un cuarteto de abogados ajusticiados a sangre fría por uno de sus clientes. Los motivos no llegaban a quedar claros, y la confesión del ejecutor despertaba más interrogantes que respuestas. Aunque era lógico: me lo había remitido Adela, una enfermera asidua al blog, y pertenecía a uno de los pacientes ingresados en su centro. Por un momento, y por mucho que ella afirmase lo contrario, consideré que un texto así sólo podía pertenecer a un perturbado. Como reportero, me invitaba a analizar el trasfondo y el motivo por el que una persona aparentemente normal se convierte en un asesino. Pero lo que verdaderamente me golpeaba era la idea de que alguien pudiera sentirse taxidermizado como un animal de caza. Y más aún: taxidermizado en vida.
La impresión era doble debida a mi afición a las aves. Aunque nunca había considerado a los taxidermistas como mis enemigos directos, su trabajo me producía repelús: se encargaban de naturalizar la muerte, revestirla con ojos de vidrio, posturas artificiosas y miradas perdidas. Afortunadamente, eso era todo. Ni siquiera perseguían la presa o disparaban el arma. Eran sólo el último eslabón de la cadena y se limitaban a ganarse la vida.
Sin embargo, si todo ello se aplicaba a un ser humano… Imprimí la entrada de Adela y releí aquella carta sabiendo que mi vena de reportero se había topado con algo novedoso e inquietante: el detonante para un nuevo proyecto periodístico. Y mi primer entrevistado iba a ser aquel tipo extraño que empuñaba el arma, con el que pronto descubriría que me unía una peculiar filosofía de la vida. A saber:
Según un esclarecedor dicho hindú, a lo largo de tu vida te topas con tres clases de personas: las que te ayudan, las que te dejan solo y las que te lastiman. Las primeras tienen la conciencia y la fuerza suficientes como para aliviar tu sufrimiento mejor de lo que puedas hacerlo tú. Para las segundas, tus problemas son una molestia y prefieren mantenerse a distancia. Las terceras quieren que tu situación siga igual porque no les interesa tu bienestar (y vamos a dejar los motivos aparte).
—Venga, que llegamos tarde —me apremió Simón mirando el reloj—. ¿Ya sabes cómo llegar a tu cita con…?
Esperó que yo terminara la frase, pero me había olvidado del nombre.
—Pues vaya periodista estás hecho —bromeó al darse cuenta—. Como es el primero, lo llamaremos Entrevistado Uno, EU para los amigos.
—Me encanta tu cerebro informatizado —acepté dándole un toquecito en su privilegiada cabeza—. De acuerdo, lo llamaremos así.
Entrevistado Uno iba a resultar un buen nombre para él. Inauguraría una nueva fase en mi hacer periodístico, y sobre todo, me demostraría que las personas del primer tipo, las que te ayudan, suelen brillar por su ausencia en cuanto arrecia el temporal, mientras que las últimas abundan como las ratas de alcantarilla.
Sebastián Torllanox, que era su verdadero nombre, nos esperaba en el Centro Multifuncional de Seguridad donde se encontraba recluido, un lugar en las afueras de reciente inauguración. Íbamos con el tiempo justo, así que cogí mi chaqueta y la BlackBerry y nos pusimos en camino. Simón había aparcado cerca el Subaru Impreza de su hermano, un coupé negro del 2009 impoluto por fuera y por dentro al que cuidaba mejor que a una novia. Todavía desprendía ese característico olor a nuevo de los coches recién salidos de fábrica. Metió el contacto, conectó el iPod al mini-pin de la consola y antes de arrancar se caló la visera que siempre cubría su pelo casi rapado. Tal y como nos informó el sistema de navegación, el tiempo de llegada se estimaba en veinte minutos.
—Por cierto —le insinué al cabo de un rato—, el blog está siendo un rotundo fracaso. Las visitas que estamos registrando son de risa, y apenas hay páginas que incluyan nuestro enlace. Así no vamos a ninguna parte.
Como siempre, Simón era el desdén personificado a la hora de escuchar. Pero el informático era él, así que debía saber cómo se diseña una página para que tenga éxito y atraiga a los usuarios. Yo ya tenía bastante con sacar a la luz testimonios interesantes de la gente corriente que nunca tendrá sus cinco minutos de gloria frente a las cámaras. Pero al parecer no bastaba con incluir historias buenas o noticias sorprendentes para dar con la clave del público.
—¿Es que ahora persigues las pelas? —aceleró en un semáforo en ámbar.
Sonaba a reproche, pero yo no era el típico bloggero que sólo busca alojar publicidad para ganar más pasta. Mi sueño era el periodismo libre, y no verme obligado a trabajar para otros.
—Nadie te conoce, y eso cuenta —continuó él implacable.
—Llevo en esto muchos años, y te recuerdo que tuve cierto éxito con mi columna del 20 Minutos —tomó la palabra mi vanidad.
—¡Va, va! Los periódicos gratuitos no cuentan en la estadística: mucha gente los coge y luego no los lee.
—Te equivocas. Por aquel entonces recibía docenas de correos todos los días.
—¡Claro! Eras un líder de masas —ese día tenía floja la vena sarcástica.
—¡No te pases!
Quince minutos más tarde nos encontrábamos ante las instalaciones del CMS, un complejo de lo más vanguardista que amalgamaba hormigón, metales y vidrio. En realidad, resultaba una extravagante emulación a lo Frank Ghery que jugaba con las composiciones cromáticas para eclipsar la astronómica suma a que ascendía su construcción. Tan moderno resultó, que al entrar nos dieron un tríptico explicativo y un plano para no perdernos, como si se tratase de un museo. Luego pasamos por un exhaustivo control de identificación y cacheo, nos colocaron una pulsera electrónica imposible de manipular y comenzamos a recorrer pasillos. Simón me dirigió una mirada de soslayo lo suficientemente explícita. Yo también empezaba a dudar si se trataba de una cárcel, una clínica, un centro de reeducación o todo a la vez. Al traspasar el acceso “Visitas profesionales”, un fornido funcionario repitió el proceso de control y nos hizo firmar en un registro digital. Sólo entonces se abrió una segunda puerta y nos indicó que pasáramos. Con un poco de suerte, se había acabado la burocracia.
Al llegar al tercer piso, nos acomodamos en un banco corrido destinado a los visitantes, y esperamos que Adela viniera a buscarnos. A pocos metros, un abogado, maletín en mano, murmuraba tretas para sacar a su cliente de allí en una interminable conversación telefónica. Al cabo de un rato, Simón consultó la hora y gruñó por lo bajo: eran más de las diez de la mañana y no había ni rastro de Adela; ninguno la conocía en persona, y él tenía decenas de teorías sobre la relación existente entre el tiempo que te hace esperar alguien y su carácter. Yo opté por revisar la información sobre EU para emplear el tiempo en algo.
—¿Es ésa la carta? —preguntó Simón arrebatándomela.
Le dejé hacer: si tenía algo entre manos, el tiempo pasaría más rápido.
—Tío, esto yo lo he visto en alguna parte —me sorprendió señalando el papel.
—Claro, en mi casa antes.
—No, digo la escena que cuenta. Es de una peli, seguro, y yo la he visto.
Si me hubiera dicho un libro, lo hubiera dudado.
—Anda, trae acá —le quité el papel, descubriendo la mirada aviesa del abogado.
Según Adela, EU sufría fantasías de venganza en las que se tomaba la justicia por su mano y hacía pagar con sangre a los que supuestamente le habían arruinado. A fin de cuentas, no tenía nada que perder, lo que por otro lado suponía el aspecto que más me interesaba de su caso: la ruina vital y anímica en que se encontraba su vida. Y concretamente, lo que le había llevado hasta ella.
Simón cronometró otros cinco minutos hasta que apareció una enfermera.
—Soy Adela —se presentó, levantando la vista hacia las cámaras de seguridad.
Tomó asiento a nuestro lado, y en unos segundos esbozó la situación que ya se perfilaba en la carta, distinguiendo entre lo real y lo ficticio del relato.
—Él insiste en la traición de su abogado. Pero además cree que la sentencia estaba amañada. De ahí las ansias de venganza que muestra sobre el papel.
—¿Es peligroso? —preguntó Simón. Adela negó con un gesto.
—Esa personalidad vengadora no es más que la fantasía con que enmascara su verdadero carácter, el de un derrotado.
Tras un par de apuntes más, Simón volvió a mirar el reloj. Habíamos quedado en que él se quedaría allí fuera esperando. Por mi parte, consideré llegado el momento de empezar.
—¿Puedo verle ya?
Adela vaciló ante mi petición, pero se puso en camino. La seguí hasta un corredor jalonado de puertas con un ventanuco a la altura de la cabeza. Nos detuvimos frente a la F-34-55. A través del cristal sólo se distinguía penumbra.
—Le están medicando —me advirtió—. Ahora presenta un cuadro maniaco depresivo con graves alteraciones del biorritmo del sueño. Tal vez hoy no sea un buen día para la entrevista. No creo que quiera hablar contigo.
Pero antes de que acabara de decirlo, una voz vino en mi auxilio.
—¡Claro que quiero hablar con él! —Sonó al otro lado del tabique.
Aquellas paredes de papel filtraban incluso su tono predispuesto. Pero aun así, ella insistió, mirándome intensamente.
—No es un buen día —objetó—. La terapia…
—¡Quiero hablar con él! —se oyó de nuevo la voz, ahora más enérgica.
Esta vez, Adela se tragó sus palabras, y con un gestó contrariado aceptó.
—De acuerdo. Pero si advierto cualquier anomalía, te pediré que te vayas. Sólo hace diez minutos que terminó su sesión de terapia —pronunció circunspecta.
—¿Por eso hemos tenido que esperar tanto?
—No, pero no es el mejor momento para charlas —me rectificó.
Agradecí el comentario y entramos. Si EU quería hablar, no iba a desaprovecharlo.
El interior del cuarto no resultaba tan lóbrego. Unas pantallas de color tamizaban la luz del exterior. Al parecer, el tratamiento alteraba sus sentidos, provocándole fotofobia y sensibilidad auditiva extrema. En cuanto me acostumbré a la iluminación, escruté su rostro impenetrable como si emergiera de una nube gris, descubriendo a un hombre menguado que no se correspondía con la voz anterior. Un breve saludo, una acogida amistosa, y en décimas de segundo el brillo de sus ojos se empañó convirtiéndole en la personalización de la desdicha. Guardé silencio siguiendo mi máxima: esperar siempre la invitación al diálogo o ser testigo de un mero y reconfortante desahogo; después ya vendrían las preguntas.
—¿Cómo te encuentras? —Me sorprendió él con sincero interés.
—Bien —respondí extrañado.
—¿Has estado alguna vez en un sitio como éste?
—Claro —solté sin dudarlo.
—Pero siempre de visita, ¿no?
Ahí me pilló. No sé qué tenía su tono, pero me hizo sentir culpable.
—Sí, solo de visita.
—Entonces no has estado, has pasado —puntualizó sin acritud. Luego me indicó la única silla de la estancia—. Toma asiento, por favor.
EU se acomodó en el borde de la cama y durante unos minutos permanecimos callados, examinándonos mutuamente.
—Pensarás que soy un asesino —rompió el silencio.
—No estoy aquí para juzgarle —me zafé—. Me interesan más las razones que le hacen desear serlo. Y las de sus enemigos.
Él cabeceó con reticencia.
—¿Conoce el sufrimiento? —me tanteó.
Lo medité un momento, luego opté por la sinceridad.
—Creo que no.
—Entonces le será muy difícil entender lo que siento y lo que me ha sucedido.
No sé si eso nos separaba irremediablemente. En ese momento deseé ser fotógrafo. Un simple clic de mi cámara y asunto zanjado: una imagen con toda la fuerza de su desamparado rostro. Porque la situación me hacía sentir como si hubiese llegado al escenario de un bombardeo: qué les vas a preguntar a los que encuentras malheridos a tu paso. Es mejor dejarlo para otro momento, regresar un mes después, interesarte por cómo han rehecho sus vidas… A veces las preguntas sobran, porque no pueden atrapar la magnitud de la desgracia, sólo incomodar.
El busca de Adela vibró entonces y ella me miró interrogante sin decidirse a salir. Yo asentí levemente. EU estaba tranquilo y no me incomodaba que Adela, en lugar de acompañarnos, se encontrase al otro lado de la puerta. Aunque, por si acaso, la dejó entreabierta y llamó al guardia.
—¿Desde cuándo le interesa a la prensa este tipo de historias? Creía que tipos como yo sólo les servíamos para rellenar espacios de curiosidades.
—Espero que mi trabajo le dé a su historia otro enfoque.
—Yo no tengo ganas de protagonismo, no soy de ésos que airean sus trapos sucios en la tele.
Le creí. Él sólo quería dejar de sufrir, pero el sufrimiento se había instalado, no ya en su vida, sino en su mente, lo que hacía el proceso mucho más complicado e interminable.
—Precisamente, ahí radica lo del enfoque. Los protagonistas serán aquellos que propiciaron que usted se encuentre en esta situación. Son ellos a quienes se pondrá en tela de juicio.
Parece que elegí bien las palabras, porque a su rostro afloró un atisbo de satisfacción. Se incorporó y comenzó a deambular lentamente por el cuarto.
—La intención de mi crónica es resaltar la otra cara de la realidad. Desenmascarar a los que usted llama sus “taxidermistas” —mis palabras captaron su atención y me clavó las pupilas con un brillo ansioso—. Pero antes necesitaría que me aclarase el concepto. ¿Qué es un taxidermista, exactamente?
Vi que se revolvía por dentro antes de contestar algo que yo tardaría tiempo en asimilar y comprender, pero que a partir de entonces tendría presente.
—En realidad, el noventa y nueve por ciento de la gente con la que te topas acabará abandonándote o arruinándote la vida —se hizo eco del dicho hindú—. La diferencia es que los taxidermistas convierten esa premisa en su máxima vital.
Aguardé atentamente a que concluyera su particular visión del concepto.
—Taxidermista es alguien que, sin matarte, te quita la vida. Te roba tus ilusiones, tus esperanzas y tus deseos, vaciándote por dentro sin compasión ni remordimiento. Te deja vencido, sin energía para seguir existiendo. Y mientras, él se alimenta de todo lo que te ha podido extirpar.
La voz se le fue apagando. Luego contempló el cristal antes de proseguir.
—Además lo hace con superioridad, mostrando su poder e inteligencia, con altanería. Y no olvidemos que siempre disfruta disecando a la víctima y recreándole una nueva vida al naturalizarla. Aunque se trata siempre de una vida inanimada.
—¿Y podría saber quién le hizo eso a usted, con nombre y apellidos?
Mi pregunta obró el efecto de una sacudida. Inesperadamente, EU comenzó a respirar de forma pesada y sus manos se crisparon sobre la pared, como si quisiera arañarla. Luego se giró hacia mí, farfullando algo parecido a un estertor, porque su mandíbula tensa no dejaba salir las palabras. Avanzó dos pasos y alargó un brazo con rigidez. Antes de que llegara a tocarme, cayó desplomado al suelo, llevándose por delante la mesilla auxiliar, la lámpara de lectura y un vaso de agua. El estruendo resultó espantoso. Si desde el pasillo su voz había resultado completamente nítida, allí dentro cualquier sonido se amplificaba como una explosión.
Alarmado, me lancé sobre él intentando ayudar, aunque sin saber cómo hacerlo.
—¡Adela! —grité nervioso desde el suelo—. ¡Adela, por favor!
En ese momento alguien me agarró del brazo y tiró de mí. Luego, sentí un fuerte golpe en la cabeza y caí abatido como un fardo.
domingo
REDES SOCIALES: MI BURBUJA Y YO
Hace un mes recibí una propuesta extraña. Tengo un amigo que viaja mucho, su hijo siempre le acompaña y sigue las clases por internet. El curso online, se llama. Pero en esta ocasión visitaría una remota zona de África y no le podía llevar consigo por un problema de vacunación. Me pidió que me hiciera cargo de él, total: solo iba a ser un mes… Acepté. A fin de cuentas, es mi mejor amigo.
El chaval se instaló en mi casa, se encerró en su cuarto y se puso a navegar. Durante horas no le vi el pelo. Durante días no cambiamos más de diez palabras. Al cabo de una semana descubrí que chateaba por los codos con miles de amigos, tenía una personalidad impostada en internet, estaba adscrito a Facebook, Twitter, Tuenti y Myspace, creaba vídeos que subía a YouTube, manejaba su propio blog y gestionaba tres cuentas de correo simultáneamente. Los ojos se me salían de las órbitas.
–¿Y los estudios? –me refugié en el recurso más inmediato.
–Ya hice los deberes –me contestó, minimizando ventanas y mostrándome una pantalla donde efectivamente aparecía el OK de su tutor online. Cuando me repuse, organicé mis ideas y ataqué desde otro flanco, intentando comprender.
–¿Cómo empezó todo esto? –quise remontarme a los orígenes.
–Tú sabrás, yo aún estoy en Secundaria.
–No me refiero a la historia de las redes sociales, sino a la tuya. ¿Es que no sabes comunicarte en directo?
–Con quién.
Touché. Vale, entonces hablemos de historia.
Primero fueron los contactos a través de la prensa escrita, en cuyos anuncios se incluían desde citas amorosas clandestinas hasta mensajes cifrados de espías.
Luego llegó el teléfono, algo más personal, pero que pronto derivó en una vertiente social con servicios que van desde el Teléfono de la Esperanza hasta el teléfono erótico.
A continuación nos dejamos enamorar por el mail, que facilita reenviar mil chorradas a toda nuestra lista de contactos con solo hacer un clic.
El móvil y los SMS nos permiten estar siempre localizados, aunque no tengamos nada que decir.
Y ahora entramos en la era de las redes sociales, donde la intimidad ya no existe porque nosotros mismos la ponemos sobre la mesa a la vista de todos nuestros “amigos”, en lugar de encerrarla con llave bajo las tapas de un diario. Aireamos experiencias (que también competen a otros), fotografías, fantasías y opiniones a nivel local, nacional y transoceánico con gente que jamás conoceremos de verdad, pero con la que curiosamente nos sentimos mucho más unidos que con nuestros compañeros de alojamiento, colegio, trabajo, o incluso la propia familia.
–¿No te parece curioso? –intenté hacerle reflexionar.
Me contempló muy serio y creí que se lo estaba pensando.
–Te he creado una cuenta en Meetic –me respondió en cambio.
–¿Y eso qué es?
–Un canal para ligar.
Sin comentarios. Reconozco que me faltaron las palabras. Pero afortunadamente algo hizo clic en mi interior.
–¿Por qué no me enseñas cómo funciona? –dije acercando una silla y sentándome a su lado.
–¿El Meetic?
–El Meetic… y todo lo demás.
Necesitaba comprenderlo, y lo intenté en serio, pero la avalancha de información me desbordó por completo.
–Lo mejor será usar ejemplos prácticos –me dijo–. Te crearemos un par de blogs especializados. Por ejemplo: uno de libros y otro de viajes. Esas son las cosas que más te gustan, ¿no?
–¿Y quién va a querer entrar en ellos?
–Tus amigos. Te tienes que publicitar.
–A mis amigos se lo cuento directamente cuando los veo.
–Entonces te presto los míos. Añadiré tu link para que pinchen desde mi propio blog…
Se le veía voluntad, aunque su dedicación me parecía un tanto enfermiza. Aun así, asumí humildemente el papel de alumno y me apliqué en su universo particular. Así pasaron los días, y las semanas. Mi despacho se trasladó a su cuarto y montamos una especie de campamento improvisado. El resto de la casa no hacía falta.
Hoy he recibido un mensaje. Su padre regresa mañana.
Se lo hago saber por el Twitter, aunque le tengo a mi espalda y le siento respirar frente a su propia pantalla. Me contesta con un emoticono.
Ansioso por llenar de contenidos mis páginas, creo artículos como un poseso que, si pasan su filtro, me los sube al Menéame como recompensa. Si tenemos hambre, llamamos al Telepizza. Ayer hice la compra por internet. Consulté el saldo de mi cuenta y pagué las facturas pendientes. En Facebook crece mi lista de amigos, y participo en un foro de novela policiaca. Estoy tan ocupado que necesito una agenda para organizar mis eventos y no olvidarme de nada.
Cuando suena el timbre me llevo un sobresalto.
–La pizza –dice el chaval.
Se equivoca. Es el vecino de al lado. Viene a pedirme limones y sal. Le miro como si hablara en chino. ¿No sabe que existe la red? De repente, me resulta áspero tanto contacto personal.
viernes
SOBRE LA CONVENIENCIA DE PUBLICAR EN LA PRENSA ANUNCIOS DE CONTACTOS
En la mayoría de los diarios de tirada nacional nos topamos con unas páginas que están despertando la controversia. Se trata de la sección de contactos, donde desde hace décadas se dan cita anuncios profesionales de carácter sexual, tanto femeninos como masculinos. Aunque lo que verdaderamente despierta ahora la polémica es la proliferación de fotografías y la variedad de propuestas sexuales que estos ofrecen. Las imágenes resultan escandalosas y los textos lascivos.
Cabe suponer que a nadie le gustaría que cayeran en manos de sus hijos, pese a que los niños y jóvenes de hoy se están criando en una sociedad donde el comercio sexual y sus prácticas son de dominio público y se tratan abiertamente a través de cualquier medio a su alcance.
Pero recordemos que en nuestro país la prostitución no está prohibida (ni regulada), aunque sí las prácticas mafiosas que en ocasiones la rodean.
Por eso surge la pregunta: ¿Es conveniente la publicación en la prensa de este tipo de anuncios? La respuesta va a ser distinta según a quien se dirija.
- Para los editores, tanto conservadores como progresistas, evidentemente es ventajosa. Nadie renuncia a una fuente de financiación, y menos en los tiempos que corren para la prensa escrita.
- Para los lectores habituales no representa un motivo de escándalo, si es que las imágenes y los textos no llegan a bordear la pornografía. E incluso en este caso, siempre pueden pasar página.
- Para los reguladores de la moral es un escándalo, aunque puede que alguno de ellos solicite sus servicios sin reconocerlo.
- Para los trabajadores del sexo es un escaparate. Su fuente de ingresos se vería mermada si los diarios eliminasen estas secciones (aunque también es cierto que no todos pueden pagarlo).
- Para los niños y adolescentes significa otro canal más, al igual que Internet, las películas o el comercio del sexo que se muestra sin tapujos en parques, polígonos industriales o carreteras. En su caso, el tema habría que abordarlo desde el foco de la educación (en la escuela y en casa), y eso no nos compete ahora.
- Para Río Asta es otra forma de publicitar las excelencias de unos trabajadores que ofrecen sus servicios profesionales y necesitan una plataforma desde donde hacerlo. Y le suscita una reflexión: si la publicidad de sus novelas se viera restringida porque en las portadas apareciesen desnudos artísticos o en el contenido se mencionasen frases explícitas sobre el tema, supondría una restricción en su libertad de expresión. En su última novela Por aquí pasó el taxidermista, Nines es una estriper que se publicita en Internet; algo tendrá que decir este personaje también.
- Para los clientes de sexo la eliminación de sección de contactos supondría tener que buscar lo mismo por otros cauces. La desaparición de los anuncios de prostitución no significaría la desaparición de sus propias necesidades o fantasías.
- ¿Y para ti, lector? ¿Te incluirías en alguno de estos grupos, o supones un mundo aparte?
jueves
POR CHILE PASÓ LA SOLIDARIDAD HUMANA
Pocas noticias han despertado un sentimiento de solidaridad y satisfacción en la población mundial como la acontecida en Chile estos últimos días en la mina San José. Sus protagonistas, sin duda, han contactado con la esencia de la fraternidad, y eso deja una huella inquebrantable en aquellos que la hayan seguido. Ellos simbolizan el esfuerzo, la abnegación y el compañerismo. Trabajar a más de setecientos metros de profundidad impone respeto y admiración en los demás seres humanos.
Pero por desgracia no siempre un derrumbe en la mina finaliza en una epopeya universal, ¡que va! La mayoría de las minas a lo largo de la faz de la Tierra se convierten en ratoneras donde sus trabajadores están a merced de las escasas medidas de seguridad, cuando no de su total ausencia. Decenas y decenas de mineros fallecen en lugares donde nunca llegará una cámara de televisión o el micrófono de una emisora de radio. Miles de ellos son tragados por la tierra fruto de la avaricia de los propietarios que las administran. Si el resto de la población fuéramos conscientes de este tipo de situaciones, se exigirían medidas que ya se empiezan a tomar con otras materias primas. Hoy en día nos preocupa que la madera con que están hechos nuestros muebles proceda de talas controladas y certificadas; ponemos cuidado en que los alimentos que consumimos no sean producto de la manipulación transgénica, que no se hayan empleado en su cultivo agentes químicos nocivos y que cumplan todas las premisas del decálogo ecológico. En el campo de las manufacturas, nos preocupa que nuestras prendas hayan sido realizadas por mano de obra barata e infantil en ínfimas condiciones laborales.
Pero nadie se acuerda nunca de la extracción de minerales, que aparte del factor humano de los que trabajan en ellas, supone un problema medioambiental de primer orden.
Sin embargo, las cifras del sector no se contabilizan en astronómicas pérdidas humanas, sino en bosques arrasados, ríos contaminados por el vertido de sustancias tóxicas, y el desplazamiento de las poblaciones, indígenas en la mayoría de los casos. Todos ellos, factores que apenas suscitan un ínfimo seguimiento por parte de los medios de comunicación. Cabría preguntarse por qué. ¿Tal vez porque esas empresas mineras sean accionistas de las grandes cadenas de televisión a través de holdings y corporaciones opacas?
Desde aquí quiero mostrar mi solidaridad a los 33 mineros de Chile. Enhorabuena por el merecido y ansiado rescate. Pero también quiero solicitar la vuestra para otros miles de personas cuya vida se ha visto trastocada por una explotación minera, sin ni siquiera recibir un salario a cambio: estos son solo algunos de los dolorosos casos de los que he sido testigo directo.
1. Botswana: genocidio contra los bosquimanos ante la aparición de diamantes en el desierto del Kalahari.
2. Irian Jaya (Indonesia, Nueva Guinea): genocidio de diferentes minorías, relacionado con decenas de explotaciones mineras que hoy en día están socavando las últimas regiones vírgenes del planeta.
3. Panamá: desplazamiento y desarraigo del pueblo Ngobe Bugle de sus territorios en el norte del país.
4. Cuenca amazónica: devastadora extracción de oro en los ríos protagonizada por los “garimpeiros”, que contaminan los cauces donde realizan sus labores. Millones de animales y plantas afectados, algunos exterminados.
Si la epopeya de la mina San José va a provocar un cambio en las condiciones de trabajo de los mineros chilenos, ya sería un éxito. Pero ese cambio podemos impulsarlo entre todos para que se produzca en todos esos lugares donde también es necesario. Los consumidores podemos empujar a las empresas mineras para que cambien su política de seguridad, en todos los ámbitos.
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miércoles
NUESTRAS MENTES ESTÁN LLENAS DE FEALDAD
“Como vivimos en una cultura tan dominada por la mente, la mayor parte del arte moderno, la arquitectura, la música y la literatura están privadas de belleza, de esencia interior, con muy pocas excepciones. La razón es que las personas que crean este arte no pueden –ni siquiera por un momento- liberarse de sus mentes. Así que nunca están en contacto con ese lugar donde la verdadera creatividad y la belleza surgen. La mente abandonada a sí misma crea monstruosidades, y no sólo en las galerías de arte. Miren nuestros paisajes urbanos y nuestros desiertos industriales. Ninguna civilización ha producido tanta fealdad.” (Eckhart Tolle, El poder del ahora)
martes
TEN CUIDADO CON LA ELECCIÓN DE TU ABOGADO
(Gente de Justicia:
"Cierto, ha perdido el caso... Pero seguro que disfrutó con la elocuencia de mi alegato")
"Cierto, ha perdido el caso... Pero seguro que disfrutó con la elocuencia de mi alegato")
En mi última novela, Por aquí pasó el taxidermista, uno de mis personajes suele señalar que la elección de un abogado es vital. Por supuesto, eso lo saben los poderosos, los mafiosos y los delincuentes de guante blanco; pero la gente corriente no.
La gente corriente acude a un abogado cuando se plantea el problema o el litigio está bastante avanzado. La mayoría desconoce que existen letrados especializados en los diferentes casos: civiles, criminales, fiscales, laborales… Cada cual se especializa en uno de estos temas, e igualmente suele manejar sin sonrojo su especialidad aunque no conozca a la perfección todos los apartados de la materia en cuestión.
Los ciudadanos requerimos sus servicios cuando nos queremos divorciar, cuando hemos tenido un accidente de circulación o cuando uno de nuestros hermanos impugna un testamento. Entonces es cuando recurrimos al abogado.
Pero ¿qué recomendaciones estaría dispuesto a darnos ese personaje del que he empezado hablando?
- Elegir un abogado desconocido. Eso significa que no sea tu amigo ni te lo haya recomendado alguien de confianza. De lo contrario, las relaciones personales se pueden erosionar debido al resultado del proceso, y su comportamiento puede ser menos profesional debido a vuestra amistad. Cuando solo hay dinero por medio y el abogado debe demostrar su eficacia, es mucho más implacable.
- Cuando tengas la primera cita, fíjate en su comportamiento hacia ti, su grado de empatía. Su manera de vestir no debe importarte, aunque para ellos sea un apartado esencial.
- Cuando le expongas el caso, él debe de estar atento y receptivo a tus indicaciones, no dejes que sea quien lleve la voz cantante; normalmente querrá imponer sus criterios y tratará de establecer una relación de poder sobre el cliente. Una actitud habitual es la de no escuchar: siempre sabe más que tú de tu problema incluso antes de que se lo cuentes.
- Pide un presupuesto detallado y cerrado: debe especificarte todas y cada una de las actuaciones incluidas en la minuta.
- Pregúntale sobre resultados obtenidos en casos similares al tuyo y sondea si está familiarizado con la defensa de ese tipo de litigios. De ahí extraerás tus propias conclusiones sobre su solvencia.
- Exige que te informe de cada paso que va a dar y el por qué de la estrategia antes de darlo. Que te consulte antes de proponer en tu nombre algo a la parte contraria.
- No te dejes intimidar. Él defiende tus intereses y es quien debe luchar en tu nombre por ellos, con todas sus fuerzas.
- Que Dios te pille confesado.
Por último, descubrirás que los casos acaban por dirimirse en un juicio donde no vence la verdad, necesariamente. Sin duda, el que mejor miente y más creíblemente lo expone es el que se proclama vencedor.
Ahora comprenderéis por qué la víctima de mi novela Por aquí pasó el taxidermista entra en un bufete dispuesto a matar al cuarteto de abogado: él no siguió ninguno de estos pasos.
domingo
"POR AQUÍ PASÓ EL TAXIDERMISTA" Capítulo 1
La próxima novela de Rio Asta, que en breve será publicada. Adelantamos el primer capítulo:
"Por aquí pasó el taxidermista"
Capítulo1
Cuarteto de abogados
Ellos no le mataron, pero sintió como si lo hubieran hecho.
En aquella sala de juicios le habían extirpado el alma, consiguiendo taxidermizarle en vida. Pero eso resultaba insignificante comparado con lo que vendría después.
A partir de ese momento, sólo una cosa le obsesionaría: el deseo de venganza.
El profesor saltó de la cama con decisión. Aquél era un día importante.
Tenía cuarenta y cinco años, pero la vida le había abandonado. Su hálito se había ido extinguiendo y tenía el espíritu necrosado. Pertenecía al abundante grupo de los que no tienen nombre ni voz ni sombra y transitan por la vida sin expectativas.
Hasta esa misma mañana.
Eligió su mejor traje, gris neutro; sacó brillo a sus zapatos y se anudó la corbata para ponerse en camino. Había tomado una decisión. En su bolsillo reposaba un inesperado compañero de viaje, frío y pesado. Nadie lo sabía. Tampoco sospecharían de él.
A las diez en punto entró en el lujoso edificio donde había sido citado, atravesó el amplio hall y se dirigió al ascensor. Por el camino, le pareció percibir en el aire el inconfundible aroma de sus pesadillas, lo que le puso alerta y le obligó a avanzar más despacio: una mezcla de meloso líquido embalsamador unido a un tufillo a salitre.
“Por aquí ha pasado mi taxidermista”, se dijo.
Al instante, se sintió flaquear. Sobre todo cuando su sospecha se vio confirmada al llegar al ascensor. Allí estaba él, su depredador, ataviado como de costumbre: vestimenta sobria y zapatos de cocodrilo. Hasta entonces, el profesor sólo le había visto una vez, pero no necesitaba más. Cuando pulsó el botón de subida, distinguió rastros de escayola entre sus uñas y un estremecimiento le recorrió el cuerpo. El otro, sin embargo, ni siquiera reparó en su presencia.
Cuando las puertas se abrieron en la quinta planta, el taxidermista salió decidido y desapareció ante la puerta del despacho número 13. Sólo entonces el profesor volvió a respirar, recuperando su prestancia. A continuación, se dispuso a seguirle. Su objetivo no podía esperar.
—¿Qué desea caballero? ¿Tiene cita con algún notario?
Ignoró a la recepcionista y continuó adelante. Cuando abrió la puerta que le interesaba, descubrió a cuatro personas en una espaciosa sala de reuniones: un magistrado, un procurador, un notario y él, su taxidermista. Cuatro pares de ojos se posaron sobre el profesor. Por una puerta lateral apareció una secretaria.
—Necesito su identificación y las fotocopias que le indicamos —le solicitó.
Entretanto, los letrados comenzaron a intercambiarse los documentos de la mesa sin prestarle mayor atención.
—Habrá traído los “cheques”, ¿verdad? —fue lo único que le dirigió el magistrado.
“Cheques”, ésa fue la señal. Al escuchar la palabra todo se precipitó. El profesor echó mano a la gabardina, sacó el arma del bolsillo y la dejó bruscamente sobre la mesa, haciendo que el acero golpeara la madera y el ruido atrapara sus miradas. Al instante se hizo el silencio y vio cómo el miedo se asomaba a sus rostros.
—¡Pero qué!... —comenzó uno de ellos.
Antes de que acabara su frase, había enroscado el silenciador, les apuntaba y sonreía satisfecho. En sus pupilas pudo adivinar parte del pánico y la incomprensión que le habían perseguido a él durante los últimos años. Conocía muy bien su sabor, como a bilis negra en el fondo del paladar; un regusto amargo que no desaparecía fácilmente.
—¡Al suelo! —ordenó con decisión sin alzar excesivamente la voz.
La secretaria dejó caer los papeles, incapaz de gritar. Fue la primera que se tendió. Cuando los demás advirtieron el odio de sus pupilas, también acataron sin rechistar. Pero por si les quedaban dudas, el profesor quitó el seguro al arma y volvió a encañonarles. Lo más importante era no darles tiempo a reaccionar.
—Tú: átales y ponles una mordaza —ordenó a la secretaria. Ella obedeció.
Cuando los hombres estuvieron inmovilizados, él mismo se encargó de atar a la mujer, a la que dejó a unos metros de distancia. La cosa no iba con ella, no estaba incluida en el lote. Pero ese día le había tocado estar allí, mala suerte.
Se dirigió hacia la mesa, revolvió entre los impresos y dio con el documento que debían firmar. Era una sentencia por la que le obligaban a ceder todas sus propiedades al taxidermista. Para su sorpresa, las rubricas de todos los letrados estaban ya estampadas y sólo restaba por consignar la suya, lo que hizo crecer la furia dentro de sí. Sintiéndose llevar por la rabia, blandió la pistola, tomó aire y los contempló un momento. Vistos desde lo alto, parecían piezas de caza esperando a ser cargadas en el remolque de un furtivo.
—¡Quietos! —pronunció al descubrir que alguno intentaba soltarse.
Le propinó un culatazo y lanzó una carcajada histriónica antes de dirigir la pistola a su entrecejo. Empezaría con el supuesto cazador de cocodrilos, decidió. Sería la mejor y más justa elección. Se planteaba cómo hacerlo cuando fuera estalló la tormenta. Tras el cristal brilló un violento relámpago, e instintivamente el profesor dirigió sus ojos al exterior. El cielo se había iluminado como si pretendiera advertirle con un latigazo de cólera; después, rugió con un trueno interminable y majestuoso idéntico al enojo que le hacían sentir aquel atajo de leguleyos. Por entre su ensordecedor bramido, accidentalmente una bala se escapó del arma. La garganta de aquel taxidermista ahogó un sordo lamento antes de perder el sentido. Luego, durante un intervalo infinito, reinó el más absoluto silencio. El mundo había dejado de girar, y una voluntad más allá de sus deseos había decidido por el profesor. La venganza había dado comienzo.
Tras la sorpresa inicial contempló el arma, dotada ahora de vida propia. Era una señal del destino; el mundo quería verse libre de semejantes rufianes, y el mismo cielo intervenía para lograrlo. A fin de cuentas, no era sólo su caso y su desgracia, sino el infortunio de muchos semejantes lo que en ese momento se castigaba. El grupo que tenía frente a sí había destrozado la vida, las ilusiones y esperanzas de muchos inocentes. Eran una cuadrilla de desalmados cuyo único fin era procurarse el beneficio propio, utilizando como moneda de cambio la desgracia de otros. Pero eso se había terminado. El profesor era sólo una víctima más, pero la vida se había encargado de convertirle en la mano que ejecutaría la sentencia que anidaba en el corazón de los damnificados. Había que frenar sus desmanes. Tenían que desaparecer.
—¿Por qué quiere asesinarnos? —escuchó entonces a su espalda. A pesar de la mordaza, el magistrado consiguió hacerse oír.
El profesor se giró. Lo que quería era impartir justicia, e iba a empezar por sus fortunas. Aunque no perdería el tiempo explicándoselo. De un rápido vistazo pasó revista a los presentes antes de decidir su próximo movimiento. ¿Cuál de ellos ganaba más dinero?, se preguntó. Para comprobarlo, les puso a prueba: revisó los bolsillos del notario en busca de su chequera; pero no la llevaba encima, y eso le irritó.
—No les conviene ponerme las cosas difíciles —aseguró con indignación.
Asustada por sus amenazas, la secretaria le señaló el escritorio con una intensa mirada. Al parecer, era la única que había comprendido que no se trataba de una broma, que las cosas iban en serio y que tenían mucho que perder. Efectivamente, en uno de sus cajones halló lo que andaba buscando.
A continuación, se la tendió al notario.
—¡Ponga precio a su vida! —le apremió colocando el silenciador en su sien. Tras lo ocurrido con el relámpago, seguro que obedecía en el acto.
Lo hizo. Pequeñas gotas de sudor poblaron su despejada frente de forma instantánea. Una vez que estampó su firma, el profesor le arrebató la chequera y se demoró un buen rato comprobando la cifra, hasta que la escasez de ceros le produjo un ataque de risa.
—Si insisten en no dejarme satisfecho, tal vez deba ejecutar a alguien —mencionó sin dejar de reír.
Su respuesta no se hizo esperar, y el magistrado, tras dirigir una reprobadora mirada al notario, le indicó con un gesto el portafolios junto a su silla. De repente se había despertado su afán colaborador. El profesor repitió el procedimiento: sacó uno de sus cheques, le tendió la pluma y dejó que garabateara su oferta. Mientras lo hacía, volvió a reposar el cañón sobre la cabeza del notario.
—Seguro que ahora desea sinceramente que la cifra de su compañero sea más alta que la que se ha dignado en ofrecer usted, ¿verdad? —adivinó ante sus desorbitados ojos. El notario, simplemente, asintió.
Entretanto, la secretaria no pudo resistir más y se echó a llorar. El profesor trató de ignorarla: su gemido le helaba el corazón, pero eso le hacía débil y en aquel momento no podía permitírselo. Para expulsarla de sus pensamientos, apremió al juez y le arrancó de las manos el cheque.
—¡Cien mil euros! Son ustedes unos miserables —dictaminó con disgusto, mirándoles consecutivamente.
Pero nunca llegarían a entender por qué eran tan ruines. Todos ellos merecían morir allí y en ese mismo instante y que su doble vara de medir se convirtiese en la balanza de su mezquina justicia. Semejante oferta por lo que para él habían sido años de sufrimiento, por arrancarle la vida entera y convertirle en un ser sin alma… Aquello no sólo era un insulto directo a su persona, sino a todos los perjudicados por los cientos de magistrados prevaricadores, los miles de abogados corruptos, los cientos de notarios condescendientes con la estafa y los innumerables taxidermistas que les avalaban desde las sombras, ayudándoles en su trabajo, e incluso dirigiéndolo en ocasiones.
Más de cien mil costaba cualquiera de sus coches; cien mil era lo que se gastaban en cirugía estética para ellos, sus esposas o amantes; cien mil eran unas vacaciones en sus hoteles de lujo. Es decir: basura.
Al mirarles el profesor atisbó en ellos ese brillo de indecencia pese a verse acorralados. Jamás comprenderían por qué hacía aquello. Estaban acostumbrados a desollar a sus víctimas sin que los cortes se notasen, sin que llegaran a percatarse de lo que hacían. Uno blandía el bisturí, otro extraía la piel, un tercero revestía de escayola el armazón de la postura con que serían moldeados. Otro más llegaría a continuación para colocar sobre el bastidor esa piel piquelada y curtida, de certeras costuras. Una vez hecho lo cual, sólo quedaría añadir unos ojos de cristal y unas fauces sintéticas para rematar el conjunto. Los taxidermistas sociales suelen trabajar en equipo. Y el equipo que había disecado al profesor era aquél.
—¿Quiere decir que si le meto una bala en la sesera sólo tendré que pagar una multa de cien mil para quedar libre? ¿Es eso lo que quiere decir? —desafió al juez.
Sólo entonces el magistrado pareció comprenderlo: se había vendido muy barato.
—Vayan rezando lo que sepan —ordenó entonces.
El profesor dudó que lo hicieran. Posiblemente, en sus vidas jamás habrían tenido motivo para implorar. Tal vez por eso se les heló la sangre al adivinar su decisión. Le vieron levantar el brazo y apuntar sin vacilar. Incomprensiblemente se demoró en aquella actitud durante un instante tan largo que resultó cruel.
—¿A qué espera? —increpó el procurador—. ¡Liquide al hijo de puta del juez! Él es el culpable.
El profesor sonrió ante su vileza, aunque tuvo que agradecerle que le ayudara a decidir por quién empezar. Con gesto imperturbable, volvió hacia él la mirada, y a continuación, el arma. El procurador se quedó lívido en cuanto descubrió lo que pretendía hacer. Entonces sonó el disparo.
Los demás no corrieron mejor suerte. Tampoco la merecían.
A fin de cuentas, eran tan sólo un cuarteto de abogados.
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