El fallecimiento de Marcelino Camacho ha estimulado la presencia de provocadores al amparo de su féretro. Su esposa Josefina ha tenido que recibir a personas y personajes que nada tienen que ver con las características de un luchador por los derechos humanos como Marcelino; sus referentes son otros muy distintos.
No me refiero a sus contrincantes ideológicos, ni a los que tenían que presentar sus respetos por pura educación o por razón de su cargo. Me refiero a aquellos que se las dan de haber compartido sus mismas ideas, pero que no mantuvieron ni la honestidad, ni la dignidad, ni la honradez más que lo necesario, en apariencia, para subirse al carro de la buena vida.
Describo a políticos, sindicalistas y personajes populares que si hubiesen tenido algo de dignidad no hubiesen montado ese pequeño teatro en el escenario que compartían junto a su viuda y su cuerpo presente. Esas ojeras sin maquillaje que las cubra, ese aire progre que todavía engaña a algunos, esa desfachatez en todos ellos.
Allí sólo tenían que haber entrado los que querían homenajear al hombre íntegro, y no a la figura histórica. Sólo tenían que estar presentes los que no ocupan la poltrona, ni disfrutan de privilegios, ni los que hacen de la política y el sindicalismo un trampolín para llegar a convertirse en aquellos a los que se presupone que se enfrentan.
También han pasado por delante del catafalco Marcelinos y Marcelinas para ofrecerle sus últimas palabras de agradecimiento y respeto como correligionarios en la honestidad, honradez y dignidad. Han desfilado aquellos que después regresarán a sus pisitos de los Carabancheles o las Useras en metro o en autobús.
A los demás, a los farsantes de la falsa progresía les aguardaban los privilegios de una democracia que premia a los tránsfugas, los deshonestos y los que se esconden tras palabras de humo. A esos sí les aguardaba el chofer en el coche oficial, el duplex con servidumbre o la cena en un restaurante de la guía Michelín. Pero en los lugares que suelen frecuentar, allí no encontrarán otro Marcelino, si no más oportunistas como ellos.
Yo doy fe de las afirmaciones que se vierten en este artículo. Trabajo para una empresa en la que los ejecutivos van de progres y hace demasiado tiempo que no saben lo que es la calle y lo que nos sucede a los currantes. Trabajo para el Grupo Prisa
ResponderEliminarFue un personaje necesario para realizar la transición.Si no hubiese existido, otro hubiera ocupado su lugar y todo sería igual. La transición se programó adecuadamente, a las pruebas me remito:los sindicatos son unos títeres de las cúpulas políticas y empresariales.
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