Pocas noticias han despertado un sentimiento de solidaridad y satisfacción en la población mundial como la acontecida en Chile estos últimos días en la mina San José. Sus protagonistas, sin duda, han contactado con la esencia de la fraternidad, y eso deja una huella inquebrantable en aquellos que la hayan seguido. Ellos simbolizan el esfuerzo, la abnegación y el compañerismo. Trabajar a más de setecientos metros de profundidad impone respeto y admiración en los demás seres humanos.
Pero por desgracia no siempre un derrumbe en la mina finaliza en una epopeya universal, ¡que va! La mayoría de las minas a lo largo de la faz de la Tierra se convierten en ratoneras donde sus trabajadores están a merced de las escasas medidas de seguridad, cuando no de su total ausencia. Decenas y decenas de mineros fallecen en lugares donde nunca llegará una cámara de televisión o el micrófono de una emisora de radio. Miles de ellos son tragados por la tierra fruto de la avaricia de los propietarios que las administran. Si el resto de la población fuéramos conscientes de este tipo de situaciones, se exigirían medidas que ya se empiezan a tomar con otras materias primas. Hoy en día nos preocupa que la madera con que están hechos nuestros muebles proceda de talas controladas y certificadas; ponemos cuidado en que los alimentos que consumimos no sean producto de la manipulación transgénica, que no se hayan empleado en su cultivo agentes químicos nocivos y que cumplan todas las premisas del decálogo ecológico. En el campo de las manufacturas, nos preocupa que nuestras prendas hayan sido realizadas por mano de obra barata e infantil en ínfimas condiciones laborales.
Pero nadie se acuerda nunca de la extracción de minerales, que aparte del factor humano de los que trabajan en ellas, supone un problema medioambiental de primer orden.
Sin embargo, las cifras del sector no se contabilizan en astronómicas pérdidas humanas, sino en bosques arrasados, ríos contaminados por el vertido de sustancias tóxicas, y el desplazamiento de las poblaciones, indígenas en la mayoría de los casos. Todos ellos, factores que apenas suscitan un ínfimo seguimiento por parte de los medios de comunicación. Cabría preguntarse por qué. ¿Tal vez porque esas empresas mineras sean accionistas de las grandes cadenas de televisión a través de holdings y corporaciones opacas?
Desde aquí quiero mostrar mi solidaridad a los 33 mineros de Chile. Enhorabuena por el merecido y ansiado rescate. Pero también quiero solicitar la vuestra para otros miles de personas cuya vida se ha visto trastocada por una explotación minera, sin ni siquiera recibir un salario a cambio: estos son solo algunos de los dolorosos casos de los que he sido testigo directo.
1. Botswana: genocidio contra los bosquimanos ante la aparición de diamantes en el desierto del Kalahari.
2. Irian Jaya (Indonesia, Nueva Guinea): genocidio de diferentes minorías, relacionado con decenas de explotaciones mineras que hoy en día están socavando las últimas regiones vírgenes del planeta.
3. Panamá: desplazamiento y desarraigo del pueblo Ngobe Bugle de sus territorios en el norte del país.
4. Cuenca amazónica: devastadora extracción de oro en los ríos protagonizada por los “garimpeiros”, que contaminan los cauces donde realizan sus labores. Millones de animales y plantas afectados, algunos exterminados.
Si la epopeya de la mina San José va a provocar un cambio en las condiciones de trabajo de los mineros chilenos, ya sería un éxito. Pero ese cambio podemos impulsarlo entre todos para que se produzca en todos esos lugares donde también es necesario. Los consumidores podemos empujar a las empresas mineras para que cambien su política de seguridad, en todos los ámbitos.
Bueno, que bueno tu artículo de hoy.
ResponderEliminarYa eres un bloguero con todas las letras jejej
Como premio ya estás, en mi lista de blogs
Un saludo y a seguir así
Gracias Helices. Tu apoyo es reconfortante. Seguiremos en la misma línea.
ResponderEliminarDemasiada sensiblería obrera.
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