El otro día una familia de amigos míos se acercó al zoo de Barcelona. Si nunca se sintieron ecologistas, ese día la causa ganó a cinco adeptos. Me describieron imágenes y estampas que los entristeció hasta el punto que salieron a los pocos minutos. Según ellos los animales tenían un aspecto lamentable, hacinados en espacios mínimos donde les es literalmente imposible dar unos cuantos pasos. Pero lo más desgarrador fue la sensación de tristeza que les emitieron.
Todo aquel que haya disfrutado con la contemplación de la fauna en su medio natural, será difícil que disfrute con la visión de los mismos animales enjaulados o sobreviviendo en espacios naturalizados que imitan su ecosistema.
Pero si ya hablamos de las estrellas del recinto: los delfines, eso llega al delirio. Les insuflan un automatismo semejante al de los gimnastas donde la única medalla que les conceden es su ración de peces y mucho aburrimiento. Hay que recordar que cetáceos como estos suelen recorrer miles de kilómetros a lo largo de su vida. Los supuestos especialistas les entrenan como máquinas que repiten absurdas cabriolas hasta la saciedad. Incluso, fuera del espectáculo, repiten esos mismos gestos como si padeciesen una enfermedad.
Punto y aparte es el comportamiento de algunos de los visitantes: lanzan comida a los animales, les gritan como si tuviesen que posar para sus malditas cámaras con flash; en fin, una verdadera tortura suplementaria a la del cautiverio.
Además de esta tortura hacia los animales, hay que añadir un dispendio económico que lo mejor que tiene es la disuasión a los futuros clientes, así lo espero y cierren de una vez estos establecimientos. Pero no se preocupen los trabajadores de los mismos, para ellos hay múltiples labores que realizar con la fauna autóctona y la invasiva.
Un ejemplo puede ser el control de gatos y perros callejeros. No digo que los eliminen, ni mucho menos, sino que les acojan en centros que pueden ser las mismas instalaciones de los antiguos zoológicos y les encuentren familias de acogida. Algo parecido pueden hacer con los miles de loros, tortugas, serpientes o cualquier animal exótico y reintroducirlo en sus lugares de origen.
¿DÓNDE ESTÁN LOS ECOLOGISTAS DE VERDAD?
¿Dónde están los anti-taurinos? ¿Dónde están los políticos?
Ya sé que algunas instituciones con nombres de zoos realizan un trabajo encomiable para la supervivencia de ciertas especies en peligro de extinción, pero que nos eviten el espectáculo de contemplar animales semi-taxidermizados.
En lugar de animales salvajes enjaulados en zoos tan cutres como las personan que los gestionan y edifican, debería haber espacios amplios y libres para los gatos callejeros o los perrillos que atropellan los coches cada día.
ResponderEliminarLa verdad es que hoy en día no tiene mucha justificación lo de los zoológicos. Con los medios de información que tenemos, no hace falta encarcelar a unas cuantas fieras con un fin didáctico para la población. Pero nadie se para a pensar en sus sentimientos, que los tienen. Gracias a que los animales carecen del sentido autodestructivo de los humanos, que si no se suicidarían en masa.
ResponderEliminarGARE
Sí, lo hay: ¡DOS ZOOLÓGICOS!
ResponderEliminarAbrazos.