La inmensa mayoría de los españoles adoran el periodo vacacional, pero hay otros muchos que no. Esto sólo pueden explicarlo aquellas personas que residen en los lugares de veraneo y además no se benefician de la llegada masiva de turistas y veraneantes; si no que la sufren en sus carnes y nervios.
¿Qué es lo que sucede en esos lugares cuando llegan esas fatídicas fechas?
A los consabidos aumentos desmesurados de población, los atascos de tráfico, de personas y la proliferación de sombrillas, habría que añadir la carga negativa energética que transportan consigo los veraneantes. Esa acumulación de personas conlleva también una escalada funesta de los decibelios, y como consecuencia la huida del silencio, el rumor de los árboles y los animales que residen todo el año en esos lugares, especialmente los pájaros.
Este año, quizás debido a la agudización de la crisis, los veraneantes venían cargados de altas dosis de estrés, de gritos, actitudes incívicas y desprecio por las básicas pautas de comportamiento de un ciudadano medio. De hecho, los desperdicios y la basura señorean sus lugares de encuentro o las rutas que transitan como señas de identidad de un turismo de baja calidad, falto de respeto por el entorno que ocupan fugazmente y que apenas aporta un beneficio económico sustancial.
Por eso desde esta tribuna, quiero llamar la atención de las autoridades para exigir:
1. Que se cumplan las normas básicas de ciudadanía exigibles en cualquier sociedad articulada: ruido, basuras, botellón o respeto al medio ambiente, entre otras muchas.
2. Que los alquileres de viviendas y apartamentos tributen en Hacienda y no supongan un nicho de economía sumergida.
3. Que se dirija la actividad turística hacia parámetros de mayor calidad, eliminando en lo posible este turismo de masas y bocadillo de mortadela que tan pocos beneficios económicos dejan por los lugares que pasan.
4. A ver si sólo “los indignados del 15-M” van a poder reclamar a las autoridades…